“¿Qué sería de mi vida sin el fútbol?

Me lo he preguntado muchas veces a lo largo de los años.

Las pruebas que he tenido que afrontar han sido muchas, y muy duras.

Perdí a mi madre y a mi padre en dos años, cuando todavía era un niño.

Cuando todavía sientes que tus piernas no son lo bastante fuertes para caminar solo por la vida.

Cuando sientes que aún las necesitas tanto…

Aguanté, aunque no fue nada fácil.

Mi hermano, en cambio, no lo consiguió.

Era discapacitado y dependía casi totalmente de ellos.

Unos meses después de la muerte de mi padre, decidió poner fin a todo.

Me quedé con mi tía Miranda y otra hermana, también discapacitada, que estaba en una institución.

Pero yo tenía el fútbol, que me daba fuerzas para seguir adelante en esos momentos.

Porque por suerte siempre había un partido que se jugaba el domingo siguiente… y a ese partido iban todos mis pensamientos, lo que me permitía salir de ese interminable ‘bucle’ de tristeza y abatimiento.

En los entrenamientos y en los 90 minutos de partido era capaz de olvidarme de todo.

De mis compañeros, entrenadores y directivos que no paraban de preguntarme “¿pero cuánto corres Moro?”.

Tengo que correr.

Siempre.

En cada entrenamiento y durante los 90 minutos de un partido.

Porque si paro, PIENSO.

Y no me lo puedo permitir.

He puesto todo mi empeño en el fútbol y han llegado muchas satisfacciones.

He jugado en todas las selecciones inferiores, desde la sub 15 hasta la sub 21. En esta última jugué 18 partidos.

En esta última jugué 18 partidos.

En la Eurocopa de 2009, a las órdenes del seleccionador Casiraghi, hubo auténticos fenómenos.

Balotelli, Marchisio, Giovinco, Candreva… todos gente que ya lo ha hecho y que llegará muy lejos todavía.

Ya entonces sabía bien que yo no era un fenómeno.

Simplemente corría más que los demás.

Ahora tengo casi 26 años y sé cuál es mi lugar en el mundo del fútbol.

Nunca jugaré en la selección nacional y, desde luego, nunca habrá grandes clubes haciendo cola por mi tarjeta.

En la Serie A he jugado allí y quizá siga jugando allí en el futuro, pero en algún equipo de provincias, de esos que tienen que luchar y correr más que todos los demás para mantenerse en la Serie A.

… bueno, si hay que correr, ¡estoy listo!

Pero sigo teniendo un sueño.

Aunque sé que será muy difícil.

Jugar en el equipo de mis amores, aquel por el que siento pasión desde la infancia, cuando me enamoré de aquella camiseta blucerchiata, tan bonita y diferente de todas las demás.

Enamorado sin remedio de aquel número 10 que hacía una magia que yo sólo podía imaginar… Roberto Mancini.

No me rindo. Soñar no cuesta nada y un día quién sabe …

En mi vida desde hace 5 años ha llegado Anna, mi novia.

Desde que está aquí todo ha cambiado. Siento mucha fuerza en mi interior.

Juega al voleibol en la Serie C, pero en cuanto puede se une a mí en el Livorno, donde juego ahora.

Llegué en enero, cedida por el Udinese, el club propietario de mi ficha.

Enseguida nos enamoramos de la ciudad y de su gente, tan auténtica, honesta y apasionada.

Por desgracia, es una temporada difícil.

No vamos bien y, de hecho, tenemos que tener cuidado para no caer más abajo de donde estamos ahora.

En resumen, tendremos que luchar.

Y tendremos que correr.

Yo, ya lo sabéis, estoy preparado”.

Es 14 de abril de 2012.

En el Estadio Adriático de Pescara, los anfitriones se enfrentan al Livorno.

Son dos equipos con un blasón importante, con muchas temporadas en la Serie A en el pasado reciente.

Serie A a la que estos dos clubes aspiran a regresar lo antes posible.

Pero mientras el Pescara ya tiene prácticamente un pie en la máxima categoría, para el Livorno ha sido hasta ahora un año problemático y de escasas satisfacciones.

El peligro de descenso a la Serie C está lejos de haberse conjurado.

El Pescara es primero en la tabla y juega un gran fútbol.

En el banquillo está Zdenek Zeman, el controvertido entrenador bohemio que está construyendo una auténtica joya en el Pescara. En el campo, entre otros, hay tres jóvenes con el futuro asegurado; sus nombres son Ciro Immobile, Lorenzo Insigne y Marco Verratti.

El partido, sin embargo, dio un giro inesperado y sorprendente.

El Livorno, tras poco más de un cuarto de hora, ya ganaba 2-0.

Los amarillos pelean cada balón como guerreros apaches y corren como kenianos en las tierras altas.

Se perfila un resultado sorprendente que supone un duro golpe para las ambiciones de los chicos de Zeman, pero oro puro para Morosini y sus compañeros.

Piermario está en el campo y juega a pleno rendimiento.

Como siempre.

“Muerde” las pantorrillas de Verratti y de los demás centrocampistas del Pescara, recupera balón tras balón y los distribuye con sencillez e inteligencia.

Desde su llegada es titular indiscutible en el equipo que dirige Armando Madonna, que esta temporada sustituyó a Walter Novellino.

Ha transcurrido media hora de partido cuando algo sucede de repente en una acción ofensiva del Pescara.

Piermario Morosini regresa para ayudar en defensa cuando parece perder el equilibrio.

El terreno de juego está resbaladizo por la lluvia.

Se levanta una primera vez, luego se cae e intenta levantarse de nuevo…

No. No es la lluvia ni el terreno resbaladizo.

Piermario tiene una enfermedad.

La última vez se cae hacia delante, de forma antinatural.

La percepción de que algo grave le ocurre al joven centrocampista bergamasco es inmediata.

Hay momentos confusos y convulsos, desgraciadamente hay mucha desorganización y muchas cosas que no funcionan como deberían.

Finalmente la ambulancia puede acudir rápidamente al hospital de Pescara.

… pero el corazón de Piermario se ha parado y tras más de una hora de intentos inútiles dejará de latir para siempre.

Una enfermedad rara, dicen.

“Miocardiopatía arritmogénica”.

Son estas dos palabras casi impronunciables las que se llevaron por delante a este joven que ya había dado a la mala suerte en pocos años lo que tantos ni siquiera dan en toda una vida.

Piermario, que ni en los peores momentos había dejado de luchar, que nunca se había detenido a compadecerse de sí mismo sino que se repetía que aquellas trágicas y terribles experiencias le habían forjado, dándole esa rabia en el cuerpo que se había convertido en su principal combustible, el que le permitía correr más que todos los demás y rendirse siempre el último.

Gracias a ello habían llegado esas satisfacciones profesionales que sus padres siempre le habían apoyado y empujado a cultivar.

Esto… y el amor de Anna, con las últimas dulces fotos juntos en un viajecito a la isla de Elba.

Ahora, como recuerda su compañero y amigo Roberto Baronio, “ella se ha reunido con su familia y está allá arriba, en algún lugar con ellos”.

… y seguro que Piermario ya ha encontrado un prado y un balón donde empezar a correr de nuevo.

Nota del autor

Como siempre, la primera parte, contada en primera persona, está “ficcionalizada” por el escritor, pero corroborada por numerosas entrevistas, artículos y anécdotas sobre este chico tan bueno como desafortunado, a quien la mala suerte nunca dio tregua en la vida.