Que un jugador del Real Madrid reciba una ovación en el Camp Nou de Barcelona no es precisamente algo habitual.

Al contrario.

Pueden haberse escapado unos tímidos aplausos por alguna gran jugada de Zidane, Raúl, Ronaldo (el fenómeno) Redondo o antes Netzer o Juanito… pero nunca una ovación.

Es el 10 de febrero de 1980.

El Real Madrid juega un partido de Liga en el famoso templo blaugrana.

Es una temporada peculiar. El único equipo capaz de disputarle el título a los “blancos” en el Santiago Bernabéu es la Real Sociedad, que se está convirtiendo rápidamente en uno de los equipos más fuertes de la Liga. Para el Barça, sin embargo, es un periodo de transición. Tras la era de los holandeses, los extranjeros que deben permitir ahora a los catalanes dar el salto de calidad son el danés Simonsen, y el nuevo fichaje Roberto Dinamite, un delantero centro brasileño que llegó con gran pompa y … que volverá a Brasil al cabo de unos meses al no poder adaptarse al fútbol español y al duro clima de Cataluña.

El partido puso pronto de manifiesto la diferencia de profundidad entre ambos equipos. Pirri y Del Bosque dominan en el centro del campo y Juanito y Santillana siempre están dispuestos a ‘hacer daño’ con su habilidad y experiencia.

Pero la diferencia la marca un diminuto y rapidísimo delantero llegado el verano anterior del West Bromwich Albion, por el que el Real Madrid desembolsó cerca de un millón de libras.

Sus cambios de ritmo, regates y técnica están marcando la diferencia.

El Real Madrid se adelantó al principio de la segunda parte con un gol del centrocampista García Hernández.

Pasaron unos minutos y Laurie Cunningham protagonizó la jugada que sentenció el partido. Tras recibir el balón unos metros dentro del campo contrario, se lanzó a toda velocidad por la banda.

En un momento dado, parece estirarse demasiado con el balón, “invitando” al rocoso Migueli a una entrada deslizante.

Cunningham no sólo llegó antes que el defensa, tocando el balón hacia delante una fracción de segundo antes de la dura entrada de Migueli, sino que, con un gesto atlético realmente impresionante, también consiguió evitar el contacto con el defensa.

Cuando llegó a pocos metros de la línea de gol, aminoró la marcha, miró al centro del área y luego, con un delicado toque exterior derecho, puso el balón a los pies del entrante Santillana, que lo envió al fondo de la red.

El resto del partido fue una pasarela para Cunningham, que, en los espacios que dejaba el Barcelona en busca de un gol que reabriera el partido, estaba literalmente al límite de sus fuerzas.

Más de una vez durante el partido se oirían sentidos aplausos desde las gradas del Camp Nou por el juego del extremo izquierdo del Real Madrid… pero fue con el pitido final cuando los aplausos se convirtieron en una ovación con muchos aficionados del Barça puestos en pie para rendir homenaje a este joven talento.

En aquella temporada, el Real Madrid (entrenado por el inolvidable Vujadin Boskov) ganó la Liga y la Copa del Rey, mientras que en la Copa de Campeones sólo fue frenado en semifinales por el Hamburgo de Kevin Keegan y Horst Hrubesch, dirigido por Branko Zebec, amigo y compatriota de Boskov.

Cunningham puntúa y puntúa.

Y, sobre todo, enamora al exigente público del Bernabéu.

Parecía sólo el principio de una carrera sensacional para el joven delantero nacido en Archway, un suburbio del norte de Londres, de padres jamaicanos.

A partir de la temporada siguiente, sin embargo, empiezan a llegar las lesiones en serie, que merman notablemente la calidad del rendimiento de la “perla negra”.

Del Real empieza a pasar cedido a varios equipos, ingleses, franceses y españoles.

Cuando los problemas físicos le dejen en paz recuperará parte de su antigua gloria, ya que en la temporada 1983-1984 jugó en el Olympique de Marsella.

En la temporada 1987-88 también hizo una breve aparición para el Wimbledon de John Fashanu y Vinnie Jones, entrando en la segunda parte de la famosa final de la FA CUP ganada por los “Dons” contra el Liverpool de John Barnes y Peter Beardsley.

En la temporada siguiente regresaría, por segunda vez, para jugar en las filas del Rayo Vallecano, el tercer equipo madrileño.

Será Cunningham quien marque el histórico gol que permita al pequeño y encantador club de Vallecas regresar a la máxima categoría.

La renovación de su contrato está lista.

Cunningham podrá volver a jugar en La Liga.

Sólo tiene treinta y tres años y, si las lesiones que le han perseguido a lo largo de su carrera le dan un respiro, está convencido de que aún puede dar que hablar en la máxima categoría del fútbol español.

El destino, sin embargo, ha decidido otra cosa.

La mañana del 15 de julio, a las afueras de Madrid, Laurie Cunningham fallecía en un accidente de tráfico.

Laurie Cunningham nació en marzo de 1956 en Archway, un barrio de Islington. Desde muy joven, su técnica y su impresionante velocidad llamaron la atención de varios clubes de la capital. El Arsenal parecía ser su destino, pero tras una serie de audiciones, los responsables del sector juvenil de los Gunners decidieron no ofrecer un contrato al joven de 15 años, hijo de un famoso jockey jamaicano. El único equipo dispuesto a incluirlo en sus filas es el Leyton Orient, uno de los muchos clubes londinenses que siempre han navegado en las divisiones inferiores del fútbol inglés.

Cunningham no desaprovechó la oportunidad y pronto se dio cuenta de que el chico estaba listo para el primer equipo.

Debutó cuando aún no había cumplido los 18 años.

Pronto su nombre empezó a circular entre varios equipos de Primera División.

Pero aquellos eran tiempos difíciles para los escasos “de color” (como se les llamaba entonces) en el fútbol profesional inglés.

Cunningham tuvo que sufrir a menudo la intolerancia de los aficionados que poblaban las “terrazas” del fútbol inglés de la época.

Los insultos, el lanzamiento de plátanos y cacahuetes estaban a la orden del día.

También lo estaba el grito del mono repetido innumerables veces o términos despectivos como “zulú”, “negro” o “mapache”.

A veces incluso ocurría que algunos flecos de su propia afición se sentían incómodos al verse representados en el campo por ‘negros’.

Pero sus proezas superan incluso a la ignorancia.

Es el West Bromwich Albion de John Giles, el antiguo gran medio irlandés del Leeds United de Don Revie, quien logra imponerse a la competencia haciéndose con los servicios de Cunningham.

En un par de temporadas, primero con Ronnie Allen y más tarde con Ron Atkinson, el West Bromwich se convirtió en uno de los clubes más bonitos del fútbol inglés y… también en uno de los más valientes, ya que la alineación titular del WBA incluía a tres jugadores negros.

Junto a Laurie Cunningham, el delantero centro Cyrille Regis y el lateral Brendan Batson.

En la temporada 1978-1979, el West Bromwich acabó tercero en la Primera División inglesa, por detrás de dos grandes equipos como el Liverpool y el Nottingham Forest.

“Con un par de fichajes habríamos acortado distancias con Liverpool y Forest. En cambio, ese verano nuestros mejores jugadores fueron comprados por grandes equipos”, recuerda el entrenador Ron Atkinson.

El primero fue Laurie Cunningham, a quien Vujadin Boskov quería en su equipo, el Real Madrid.

“Objetivamente… ¿cómo puedes decir que no al Real Madrid?”, admite Atkinson.

En el verano de 1979, Laurie Cunningham se convirtió en jugador de los ‘merengues’, formando un ataque de gran calidad con Juanito y Santillana.

Como ya se ha dicho, sólo en la primera temporada Cunningham consiguió jugar a su nivel, antes de que una serie de lesiones (la primera fue una fractura en el dedo gordo del pie derecho) acabaran afectando a la calidad de sus actuaciones.

ANÉCDOTAS Y CURIOSIDADES

Tuvieron que pasar 25 años entre el Real Madrid y el Barcelona para que un jugador rival recibiera una ovación como la que recibió Laurie Cunningham.

El 19 de noviembre de 2005, una suntuosa actuación del brasileño Ronaldinho logró exactamente el mismo resultado. Esta vez, sin embargo, al final de la clara victoria del Barça en el Bernabéu, con los aficionados ‘merengues’ puestos en pie aplaudiendo al fenómeno brasileño.

Fue durante la Copa de la Uefa de la temporada 1978-1979 cuando la directiva del Real Madrid fichó el nombre de Laurie Cunningham.

En octavos de final, el West Bromwich Albion se enfrentaba a los españoles del Valencia y los dos partidos fueron retransmitidos por la televisión española.

Los ingleses se impusieron claramente a los españoles y la actuación de Cunningham en estos dos partidos fue sencillamente sensacional, tanto que eclipsó incluso a la estrella de Mario Kempes, delantero del Valencia y hace unos meses campeón del mundo con su selección argentina.

La primera gran pasión de Cunningham fue la danza. Era un bailarín de gran talento, ganador de varios concursos de la época.

A menudo ‘tiraba’ de las mañanas en estos clubes. El funky, el soul y más tarde el reggae fueron sus grandes pasiones.

Muchos creen que esta afición por la vida nocturna y los clubes de baile acabó influyendo en la decisión del Arsenal de prescindir de sus actuaciones.

A su llegada al Leyton Orient, fue providencial para Cunningham la figura casi paternal de George Petchey, el entrenador del club, que dio al joven delantero la confianza y al mismo tiempo la disciplina que necesitaba para surgir en el mundo del fútbol profesional.

Y eso teniendo en cuenta que en uno de sus primeros partidos fuera de casa con el primer equipo, Cunningham se presentó con traje a rayas, sombrero y zapatos bicolores… ¡al más puro estilo ‘gangster’!

Tras ser descartado por los “Gunners” (“es bueno, pero no tiene carácter”), Cunnigham empezó a jugar en la Sunday League, entre los semiprofesionales. Fue entonces cuando su entrenador se lo señaló a su amigo George Petchey, entrenador del Leyton Orient, entonces en Segunda División.

“Es demasiado bueno para jugar a este nivel. Pero sigue con él, ¡porque es un chiflado!”, fueron las palabras con las que se lo presentó al entrenador del Leyton Orient.

“El lunes firmó su contrato con nosotros. El martes no se presentó al entrenamiento. Envié a alguien a su casa para que le llamara. Todavía estaba en la cama durmiendo”, éste es uno de los primeros recuerdos de Petchey.

“Cuando por fin llegó, estábamos a mitad del entrenamiento. Entró en el campo como si nada, con una tranquilidad que rozaba la arrogancia”, cuenta su compañero Bobby Fischer.

“Recuerdo que pensé ‘este tipo o está completamente loco o realmente tiene algo especial como dicen’. Tardé menos de media hora en darme cuenta de que la segunda hipótesis era la correcta”.

En marzo de 1977, Cunningham fue comprado por el West Bromwich y, poco más de un mes después, haría historia en el fútbol británico al convertirse en el primer futbolista negro en vestir la camiseta de una selección inglesa.

Lo hizo con la sub-21 en un partido contra Escocia, que los ingleses ganaron por un gol a cero.

Gol marcado por el propio Laurie Cunningham.

Durante su etapa en el WBA con Regis y Batson fue el entrenador Ron Atkinson quien les puso el apodo de “Three Degrees”, tomado de un famoso trío de cantantes negros que hacía furor en aquella época. Su fama llegó a ser tal que los auténticos ‘Three Degrees’ fueron huéspedes del West Bromwich Albion y conocieron a los tres futbolistas.

En el famoso partido del Camp Nou relatado al principio, su actuación fue tal que despertó la admiración de varios jugadores del Barcelona.

Migueli, el durísimo tapón de los catalanes, dijo: “Espero que alguien le haya hecho una foto porque corría tan rápido que ni siquiera sé cómo es su cara”, mientras que Rafael Zuviría, el encargado de marcarle aquella noche, admitió: “La única forma de acercarme a él es cuando el árbitro pita el final, porque en los noventa minutos no lo hice ni una sola vez”.

En la temporada siguiente llegó su primera lesión grave.

Una fractura del dedo gordo del pie contra el Betis de Sevilla que le mantuvo varios meses de baja.

Esa temporada el Real Madrid alcanzó la final de la Copa de Europa en París contra el Liverpool. La decisión de lanzar desde el principio a Cunningham, que apenas había reanudado los entrenamientos y había jugado su último partido el noviembre anterior, causó revuelo.

El Real Madrid perdió la final contra el Liverpool por un gol a cero y Laurie Cunningham fue un pálido suplente, al tiempo que se convertía en uno de los principales chivos expiatorios de la derrota.

En el Real Madrid son muchos los que han comparado las cualidades de Laurie Cunningham con las de Cristiano Ronaldo. Uno de ellos no es otro que Vicente Del Bosque, su compañero de equipo en aquella época y más tarde convertido en uno de los mejores entrenadores españoles de la historia.

“Como Cristiano, podía hacerlo todo a toda velocidad. Sus regates y aceleraciones eran sencillamente extraordinarios”. La única limitación de Cunningham, y aquí radica la gran diferencia con Ronaldo, era un carácter muy tranquilo y probablemente carente de la ambición y la fuerza de voluntad necesarias para llegar realmente a lo más alto.”

Aunque no era conocido por sus excesos (no se le conocía por ser un gran bebedor como muchos de sus compatriotas de la época), a Cunningham le encantaba la vida nocturna. Madrid en aquella época concreta del final del franquismo ofrecía mucho y para alguien como Cunningham era prácticamente imposible resistirse al atractivo de la “movida” madrileña.

Causó bastante revuelo en la época (y mucho enfado en la directiva madridista) que pocas horas después de su lesión contra el Betis se viera a Cunningham en un club madrileño… ¡con una escayola fresca en el pie!

El gran legado de Cunningham sigue siendo, más que nada, el de haber sido un ejemplo fundamental para todos los chicos negros de la época. En un momento de la historia en el que el racismo en Gran Bretaña estaba casi aceptado como forma de pensamiento (con un líder conservador, Peter Griffiths, haciendo campaña unos años antes con el lema “Si quieres un negro como vecino, vota laborista”), el coraje, la determinación y la capacidad de Cunningham para dejar pasar insultos de todo tipo salieron de las gradas de la mayoría de los estadios ingleses de la época.

Cunningham, Regis, Batson, como antes Viv Anderson en el Nottingham o Clyde Best en el West Ham, fueron el ejemplo que siguieron tantos chavales que seguían con avidez las hazañas de sus ídolos.

Ian Wright, Les Ferdinand o Andy Cole son sólo tres de los muchos que se inspiraron en Cunningham y compañía al principio de sus (brillantes) carreras.