ORESTE OMAR CORBATTA: Un genio y su demonio
Me tiré a la basura… Lo sé.
Pensé que los días de gloria durarían para siempre.
Pero no fue así.
No podía ser así.
Si nunca has tenido nada cuando llega la fama y el dinero puedes perder completamente el control, la medida y el sentido de la realidad.
Y eso es lo que me pasó a mí.
Soy analfabeto y esa es mi mayor vergüenza.
No puedo soportar que la gente lo sepa.
Por eso nunca me verás sin un libro o un periódico en el bolsillo… aunque no sepa qué hacer con él.
Me da más vergüenza que un perro, pero en mi casa éramos muchos y el problema era conseguir el pan… no los libros.
Me avergüenzo de esto incluso más que de la otra “cosa”… de mi alcoholismo desenfrenado que me llevó a ser lo que soy ahora.
Un enfermo terminal con cáncer de garganta que mis excesos provocaron.
He jugado en el Racing Club, el mejor equipo del mundo.
Jugaba en la selección y ¡qué selección! Conmigo estaban Sívori, Maschio, Angelillo… podríamos y deberíamos haber hecho mucho más.
En el Racing la gente me quería.
Me divertí mucho en esa época.
Jugaba con el número 7, siempre estaba cerca de la línea de banda y cuando el balón llegaba a mi área nadie podía quitármelo.
Se dice que en esa época muchos hinchas de Independiente, nuestro gran rival, venían al estadio a verme jugar.
En nuestra parte del mundo no es frecuente…
Me habría quedado en el Racing toda la vida, pero en el fútbol el dinero cuenta, para los clubes y para los jugadores.
Así que me vendieron a Boca por mucho dinero.
Pero ya estaba pensando más en beber que en jugar.
No dejé un gran recuerdo en los ‘Xeneises’ pero mi vida ya se estaba desmoronando.
Ya estaba en mi segundo matrimonio.
El primero ya había naufragado.
Me casé con una prostituta que me presentaron mis compañeros de equipo.
Nunca había estado con una mujer…
Me enamoré de ella, aunque ni siquiera sabía lo que eso significaba.
Estuvimos juntos unos cuantos años y parece que, aunque todo el mundo me llamó loco cuando me casé con ella, las cosas funcionaron.
Luego se fue y se llevó todo con ella.
Bueno, siempre estaba la botella.
Me casé cuatro veces y cada vez me quedé sin esposa y con menos dinero.
En el Racing no se olvidaron de mí y me echaron una mano, tengo dos habitaciones para vivir, un baño y una cama para dormir.
Ahora estoy aquí luchando contra este tumor sabiendo que al final ganará la partida.
Lástima… Pensé que los días de gloria durarían para siempre…
En Argentina, cuando se habla del número 7, el primer nombre que se menciona es el suyo: Oreste Omar Corbatta.
En el Racing Club de Avellaneda, su nombre es una leyenda, de las que se transmiten en historias de generación en generación.
‘El Arlequín’ ‘El Garrincha argentino’ ‘El Loco’ ‘El dueno de la raya’… son sólo algunos de sus apodos.
Lo cierto es que el maltratado “genio y desenfreno” alcanzó con él un nivel hasta ahora desconocido.
Corbatta nació en 1936 en Daireaux, provincia de Buenos Aires.
Pasó sus años de juventud en el Estudiantes, pero fue el Racing quien le dio la oportunidad de debutar en el primer equipo. (También porque en el Estudiantes parece que les robó las botas a sus compañeros para sacarles unos pesos…)
Debut a los 19 años.
Pero Corbatta era un ídolo incluso antes de su debut.
En un amistoso de pretemporada contra Quilmes, el estadio de Racing se llenó.
Desde luego, no por la trascendencia del partido.
Pero como todo el mundo quiere verlo, ‘El Loco’, del que ya se cuentan maravillas.
Y ese día, Corbatta ni siquiera juega…
En dos años ya es titular inamovible en la selección argentina.
También formó parte de la línea de ataque de los “Carasucias” (conocidos aquí como “los ángeles de la cara sucia”) con Sívori, Maschio y Angelillo que destrozaron a Brasil en la final del Campeonato Sudamericano de 1957.
Fue una pena, sin embargo, que sólo un año después, en el Mundial de Suecia, el Brasil del joven Pelé ganara la Copa del Mundo, mientras que Argentina cayó de forma vergonzosa en la primera ronda… y el único que se salvó de esa expedición fue el propio Corbatta, que marcó tres goles en tres partidos.
Durante ese Mundial se produjo una de las muchas anécdotas de su increíble y, por desgracia, corta vida.
Amedeo Carrizo, el legendario portero argentino de River Plate, también formó parte de la expedición.
Corbatta ya se había forjado una reputación de lanzador de penaltis infalible, pero Carrizo, que era igual de bueno parando penaltis, le retó a un duelo singular: 50 penaltis lanzados por Corbatta.
Carrizo gana el reto si salva al menos 10, de lo contrario gana Corbatta.
La noticia del desafío hace que la ronda entre los conocedores y los fans.
Al final del entrenamiento hay más gente viendo el desafío entre ambos que en un partido normal de la liga sueca.
Corbatta marca 49 veces.
En el 50º penalti da en el poste.
“¿El secreto? Siempre me pongo a un lado del balón, nunca delante. Y miro al portero a los ojos. Nunca en la portería o en el córner donde quiero disparar. Sólo tengo que insinuar un movimiento… y disparo”.
El año anterior, durante un amistoso en Uruguay, volvió literalmente loco al lateral uruguayo Pepe Sasia, que ni siquiera podía acercarse a él, siempre regateándole con una facilidad irrisoria.
Uno de los compañeros de Sasia se puso a su lado y, desde atrás, dio una tremenda patada a Corbatta.
Mientras el número 7 argentino seguía en el suelo, Sasia se dio cuenta de que esa sería probablemente la única vez en todo el partido que podría acercarse a Corbatta… hizo como si lo ayudara a levantarse y luego le dio un tremendo puñetazo en la cara.
A partir de ese día, la sonrisa de Corbatta tendrá dos dientes menos.
En el Racing se le quiere con locura.
Se le perdona todo.
Prácticamente no entrena.
Y su demonio personal, el alcohol, empieza a ser cada vez más molesto.
A veces lo recogen directamente en casa. Saben que si media hora antes del partido todavía no ha aparecido, alguien tendrá que ir a buscarlo a casa.
Antes de un partido de liga muy importante contra Estudiantes, Corbatta llega al estadio completamente borracho.
Tres cubos de agua fría aparentemente no consiguen nada.
Pero es demasiado fuerte para dejarlo fuera.
Mientras el director da las últimas instrucciones previas al partido, Corbatta dormita en el sofá del masajista.
Las únicas palabras que consigue decir son “no me pases el balón que no lo veo”.
Marcará dos goles.
Quién sabe cuántas habría hecho si la pelota la hubiera visto…
Su problema con el alcohol empeora cada día.
Pusieron un ángel de la guarda a su lado, sobre todo en los viajes fuera de casa con el equipo.
Mientras está con él, no bebe y poco a poco parece recuperar algo de equilibrio.
Pero luego la amarga sorpresa: cuando salen de los hoteles donde se aloja el equipo, se dan cuenta de que siempre hay un cementerio de botellas de cerveza vacías debajo de la cama.
En 1963 Boca gastó 12 millones de pesos para comprar Corbatta.
Con ese dinero, esa montaña de dinero, el Racing Club amplía su estadio y construye un complejo deportivo.
En 3 cortos años en Boca sólo jugó 18 partidos, marcando 7 goles.
3 de ellos en el mismo partido, en Vélez Sarsfield en la Bombonera.
Sus excesos, sin embargo, se estaban saliendo de control y Boca, en ese momento, se contentó con recuperar parte de su inversión de unos años antes vendiendo a Corbatta al Independiente Medellín.
De él, en los cuatro años que pasó en Colombia, recordamos los cinco goles marcados en un partido de liga contra el Deportes Tolima, pero también el penalti fallado (uno de los poquísimos) en un partido de Copa Libertadores… precisamente contra ‘su’ Racing Club.
Fue aquí, en Colombia, donde su existencia personal descendió a una pendiente de la que ‘El Arlequín’ nunca se recuperaría.
Con el enésimo divorcio, prácticamente todo el poco dinero que le quedaba desaparece y el alcohol se convierte cada vez más en el verdadero dueño de su vida.
A su regreso a Argentina, no hay precisamente una cola de grandes clubes dispuestos a hacerse con un jugador tan talentoso pero difícil.
Terminó sus años en los equipos menores de la provincia argentina donde alternó excelentes actuaciones con otras manifiestamente insuficientes.
Una de las anécdotas de esa época es muy significativa. Durante un partido jugado en la “cancha” de Ferro, en uno de esos días abúlicos en los que Corbatta no hacía más que correr abyectamente por la banda, un fotógrafo se le acercó y le dijo “¡vamos Corbatta, juega y te saco una foto!
Corbatta le mira con curiosidad “Si lo coges, yo juego”.
Pocos segundos después, Omar Oreste Corbatta recibió el balón de un compañero, regateó a tres rivales y lanzó un disparo en diagonal que el portero rival no pudo desaprovechar.
En ese momento, todo presumido, se dirige al fotógrafo: “¿Y? ¿Sacaste la foto?”
“No” es la respuesta desconsolada del fotógrafo… “¡¡¡no me has dado tiempo ni a insertar la película!!!
Al parecer, “hijo de la puta madre que te parió” fue el epíteto más amable que se llevó el fotógrafo aquel día… con Corbatta que durante el resto del partido siguió caminando por la banda derecha sin apenas tocar el balón…
Los últimos días de la vida de Corbatta fueron de miseria y alcohol, y el Racing le concedió una pequeña habitación en el centro de formación y le dio unos pocos pesos para que ayudara en el sector juvenil.
Sus excesos le provocarán un tumor en la garganta que se llevará a ‘El Arlequín’ en diciembre de 1991, con sólo 55 años.
Por último, el fútbol según Oreste Omar Corbatta “¿sabes por qué nunca consiguen quitarme la pelota? Simple. Porque ella y yo estamos enamorados y no quiere dejarme”.