“Sudando la camiseta, derramando lágrimas y dando sangre por el Fluminense muchos lo hicieron. Sacrificar un trozo de su propio cuerpo sólo lo hizo uno: Castilho”.

Esto es lo que se lee al entrar en la sede del “Flu”, uno de los equipos más populares y queridos de todo Brasil y de Río de Janeiro en particular.

Pero, ¿quién es ese Castilho y qué ha hecho para merecer semejante elogio?

Es 1957 y el Fluminense lucha por el título del prestigioso “Torneo Río-São Paulo”, que desde 1950 enfrenta a los mejores equipos de las dos principales ligas regionales, la “carioca” de Río de Janeiro y la “paulista” de la capital, São Paulo.

Desde hace años, Castilho padece un problema en el dedo meñique de la mano izquierda, que se ha vuelto difícil de manejar en los últimos meses.

Tras cinco fracturas, la situación se ha vuelto insostenible.

Se requiere una delicada operación quirúrgica, que probablemente pondría las cosas en su sitio, pero también supondría una larga parada para descansar y reeducarse.

Demasiado tiempo para Castilho.

Hay un título importante en juego y Castilho no tiene ninguna intención de “rendirse” en un momento como éste.

Pregunta a los médicos si hay alguna alternativa.

“Por supuesto que la hay. Fuera el dedo, fuera el dolor, fuera el problema”, le dicen los médicos en tono casi de broma.

Castilho, sin embargo, no tiene intención de bromear.

Pregunta por los tiempos de recuperación.

Son mucho más rápidos que la operación recomendada.

Lo único que necesita es que la herida cicatrice y podría volver a los terrenos de juego”.

Eso es exactamente lo que Carlos José Castilho quiere oír.

En contra de los consejos de todo el mundo (directivos del Flu, compañeros de equipo, amigos y familiares) Castilho opta por esta solución sin ninguna indecisión.

Le amputarán la mitad del meñique izquierdo.

Dos semanas más tarde, estaba en el campo con su querido “Tricolor”… que ganó el título de la Copa Río-Sao Paulo por primera vez en su historia.

Carlos José Castilho nació en Río de Janeiro en noviembre de 1927 y, tras empezar en el equipo juvenil del Olaria Atlético Clube en 1946, fue comprado por el Fluminense, donde pronto se hizo un nombre como portero de talento poco común.

Además de su notable destreza física (medía 181 centímetros, una talla importante en aquella época), era ágil y extremadamente valiente.

A estas cualidades añadía otra: una increíble “suerte” entre los postes hecha de paradas milagrosas con todas las partes del cuerpo, recuperaciones sensacionales y aparentemente imposibles y postes y travesaños que acudían regularmente en su ayuda incluso en caso de errores de posición o de intervención.

Esta “característica” le valió dos apodos diferentes: uno para los aficionados del “Flu”, que lo rebautizaron Sâo Castilho (una especie de “santo”) para los adversarios, en cambio, es un más prosaico “leiteria”, que más o menos suena como “suerte”.

Cuando llegó la Copa Mundial de 1950, Castilho fue incluido en la convocatoria de la selección brasileña para conquistar por fin el máximo trofeo del fútbol, y además en suelo amistoso.

Castilho, a sus veintidós años, es el más joven del equipo, pero no oculta su ambición de jugar como titular.

Frente a él, sin embargo, un portero de la valía de Moacyr Barbosa al que la fortuna dará la espalda en aquel Mundial, convirtiéndolo (injustamente) en el chivo expiatorio del fracaso de Brasil.

Barbosa cayó pronto en el olvido y, aunque siguió jugando a un excelente nivel en su Vasco de Gama, en 1951, tras su triunfo en el Campeonato Carioca, fue Castilho quien ocupó su puesto en la selección nacional.

Con ‘Sâo Castilho’ bajo los palos, Brasil triunfó en 1952 en el Campeonato Panamericano disputado en Chile con la presencia de Uruguay, Chile, Perú, México y Panamá.

Fue la primera victoria importante fuera de las fronteras nacionales para Brasil, que con Castilho como titular indiscutible acudió a Suiza para disputar el Campeonato del Mundo de 1954 con renovadas esperanzas de éxito.

Esperanzas que se esfumaron contra el “Equipo de Oro”, es decir, la legendaria Hungría de Puskas, Koscis e Hidegkuti, con la que los brasileños se toparon en cuartos de final.

Un partido potencialmente bello y espectacular se convertirá en cambio en un desagradable espectáculo de fútbol, faltas repetidas y continuas amonestaciones y expulsiones.

Hungría se impondrá por cuatro goles a dos y para Brasil el triunfo en la Copa del Mundo quedará aún más aplazado.

Un triunfo que llegaría cuatro años más tarde en Suecia, aunque entretanto había entrado en escena el fenomenal Gylmar dos Santos Neves, conocido en el mundo como “Gilmar”, probablemente el mejor portero brasileño de la historia.

Castilho estaría presente en aquel Mundial, al igual que en el siguiente, en 1962, pero en ambas ocasiones sin llegar a saltar al campo.

Seguiría jugando para el Fluminense durante muchas temporadas más, ganando el Campeonato Carioca con el “Tricolor” tanto en 1959 como en 1964.

Al año siguiente abandonó el club para pasar una breve temporada en el Paysandú, antes de colgar los guantes a los 38 años.

Más tarde emprendió una carrera de entrenador bastante exitosa, logrando resultados halagüeños con el Esporte Club Vitòria y, sobre todo, con el Santos de São Paulo, al que condujo al triunfo en el Campeonato Paulista de 1984.

Poco después de ese triunfo, sin embargo, comenzó un período difícil en la vida de Castilho.

La separación de su esposa y la inesperada dificultad para encontrar un nuevo equipo tras los excelentes resultados con el Santos le sumieron en un terrible estado de depresión.

Carlos Josè Castilho puso fin a su vida el 2 de febrero de 1987, con sólo cincuenta y nueve años, arrojándose desde el piso en el que vivía su ex mujer.

A pesar de todas las inferencias, es el propio hermano Antonio quien admite que nadie en la familia puede explicar realmente las razones de aquel gesto.

En el Fluminense, nadie se ha olvidado de él y, para quien no conozca su historia, hay un busto suyo en la entrada, con las palabras con las que empezamos este artículo, que no puede dejar de emocionar a quien pase por allí.

ANÉCDOTAS Y CURIOSIDADES

Después de su famosa “suerte” bajo los palos, Castilho tenía otra característica muy peculiar para un portero: era daltónico.

Lo consideraba una gran ventaja con las pelotas amarillas, que veía como “rojas”, y decía que eso favorecía su capacidad para pararlas, mientras que admitía grandes dificultades en los partidos nocturnos con pelotas blancas.

Una de sus principales características era su gran habilidad en los lanzamientos de penaltis. A lo largo de su carrera logró salvar a decenas de personas, y sólo en 1952 consiguió salvar a seis.

Castilho ostenta el récord de partidos con el Fluminense, equipo en el que jugó durante dieciocho temporadas.

Nada menos que 698 partidos en los que encajó 777 goles y mantuvo su portería imbatida durante 255 encuentros, lo que, teniendo en cuenta los promedios goleadores de la época, es un resultado realmente excelente.

Al final de su carrera, como se ha dicho, jugó una temporada en Paysandú, suficiente para que fuera elegido por la afición de Belém como el mejor portero de la historia del club.

Aquella temporada, de hecho, Paysandu conquistó el campeonato estatal, denominado ‘Paraense’, y Castilho fue decisivo con su actuación.

Uno de los éxitos más importantes en la historia del Fluminense y de Castilho es el de la Copa Río de 1952.

En este torneo, rebautizado entonces como “Campeonato Mundial de Clubes”, que se había creado el año anterior, participaron ocho equipos de distintos países, sudamericanos y europeos.

En la primera edición, el Palmeiras triunfó, derrotando en la final a la Juventus de Boniperti y Parola.

En esta segunda edición, en la que participaron, además del Fluminense, el Sporting de Lisboa, el Peñarol, el Grasshoppers, el Austria de Viena, el Corinthians, el Libertad y el Saarbrücken, la final se disputó, en partido de ida y vuelta, entre los dos equipos brasileños.

De hecho, el Fluminense había superado en su grupo al formidable Peñarol de Schiaffino, Andrade y Ghiggia, mientras que para el Corinthians, que contaba con el jovencísimo Gilmar en la portería, el rival más hostil resultó ser el Austria de Viena del gran Ernst Ocwirk.

Fueron sus proezas en las dos finales (victoria del “Flu” por dos a cero en la primera y empate a dos en la segunda) las que les valieron los dos apodos que Castilho llevaría consigo el resto de su carrera: Sâo Castilho para la “torcida” fluminense y “Leiteria” para el rival.