“Todo el mundo me pregunta por qué no cuido más mi físico, por qué no pierdo unos kilos y pongo algo más de músculo.

Simple.

Porque juego al fútbol y para jugar al fútbol lo que necesito son pies y cabeza.

No un esculpido “six-pack” en mi abdomen.

Todo el mundo me pregunta por qué nunca me ha interesado jugar en grandes clubes para ganar trofeos y quizá mucho más dinero.

Simple.

Porque soy feliz con mi familia y entre mi gente.

Todo el mundo me pregunta por qué no corro más, por qué no ayudo en defensa o persigo a los rivales.

Simple.

Ya hay otros compañeros míos que tienen que hacer esto… también porque no sabrían hacer otra cosa.

Yo, en cambio, tengo que poner a mis compañeros delante de la portería, tengo que crear ocasiones, tengo que conservar energía para cuando tenga el balón entre los pies… también porque no sabría hacer otra cosa.

Todo el mundo me pregunta por qué me cuesta tanto pasar el balón a mis compañeros.

Simple.

¡Porque me cago de miedo de que no me lo devuelvan!

El fútbol es un JUEGO y me encanta JUGARLO.

Hay tantos colegas míos que salen al campo tensos, nerviosos y pensando demasiado antes de un partido que se pierden todo el placer, la alegría.

Un juego que no tienes que “pensarlo”

Hay que “jugarla”.

No pienso en nada.

Sólo cuento los minutos que faltan para salir al campo, porque ahí es donde soy realmente feliz.

Se lo dije a mi padre cuando me rompí los ligamentos de la rodilla al principio de mi carrera en LAFERRERE.

Cuando volví ya no era el mismo.

Había perdido mi sprint ardiente, el que junto con mi regate me permitía saltar por encima de los rivales con facilidad.

“Luis”, me dijo mi viejo, “sin tu sprint nunca llegarás a donde estabas destinado… a la cima del fútbol argentino”. Quizá sea mejor que lo dejes todo…

“Papá, sólo hay dos cosas que no puedo dejar de hacer: jugar al fútbol y correr en moto”.

Sin embargo, mi padre tenía razón. Ya no era la misma de antes.

Hasta entonces jugaba de ‘9’, de delantero centro, y marcaba muchos goles.

Sólo me quedaba una cosa por hacer: retroceder unas decenas de metros, jugar de ’10’ y, en lugar de marcar yo los goles, asegurarme de que mis compañeros los metían en la portería.

Mi padre.

Yo estaba en Uruguay cuando enfermó gravemente.

Jugaba en la primera división y ganaba más dinero del que podía gastar.

Pero mi viejo no estaba bien y no podía alejarme de él y de mis seres queridos.

Eso era cuando me necesitaban en persona y no sólo el dinero que les enviaba.

Volví a Argentina, a BANFIELD, ¡y fue la mejor elección de mi carrera!

Cinco años maravillosos.

… ¡aunque a veces hubiera estrangulado con gusto al Sr. Falcioni!

En el “Taladro” tenía mucho afecto.

Siempre llevaré en el corazón a mis compañeros, a los aficionados y todos los recuerdos maravillosos.

Sin embargo, a mis 31 años, sabía que para mí cada vez habría menos sitio en el primer equipo y no soporto estar en el banquillo.

Me siento mal como un perro viendo jugar a los demás.

Podría haber seguido jugando en la Serie B… ¡pero la idea de volver a “mi” Deportivo Laferrere era demasiado atractiva!

¡Y a quién le importa si estamos en la serie C!

El campo es del mismo tamaño, siempre hay dos porterías y siempre jugamos con once.

El ‘Garrafa’ vuelve a su club donde todo empezó 12 años antes.

Está feliz… casi tan feliz como los aficionados de volver a abrazar a su querido hijo pródigo.

Al fin y al cabo, sólo tiene 31 años y muchos “canios” que tirar, muchas “rabonas” y “gambetas” que entretener y divertir a los aficionados.

Todo esto, sin embargo, no importa al destino.

Su moto y su amor por la velocidad le traicionan.

De camino al entrenamiento, todavía está a unos cientos de metros de casa.

Saluda a un amigo al borde de la carretera y luego choca por detrás con la moto.

Pierde el control y su cabeza se estrella contra un poste de la luz.

Está sin casco.

Nunca lleva uno.

Es el 8 de enero de 2006 cuando “El Garrafa”, tras un día de agonía, muere.

Su madre aún recuerda cuántas veces le rogó que fuera despacio, que no se arriesgara así.

“Mami, todos tenemos nuestro destino escrito”.

Así era José Luis Sánchez. Vivía al límite, dentro y fuera del terreno de juego.

“La moto no es diferente de lo que ocurre en el campo”, solía repetir, “sabes que tarde o temprano puede llegar la entrada asesina que rompa tu carrera… así que, ¿qué haces? ¿No juegas?

José Luis Sánchez, conocido como “El Garrafa”, así llamado porque el trabajo de su padre consistía en abastecer de bombonas de gas licuado (llamadas “garrafas”) al barrio pobre de La Tablada de Buenos Aires, nació en Buenos Aires el 26 de mayo de 1974.

Su talento desde temprana edad es evidente para todos.

Técnica, velocidad y excelente control del balón.

Juega de delantero centro y marca muchos goles en las categorías inferiores.

Su debut en el primer equipo de Deportivo Laferrere fue en un clásico contra Almirante Brown… ¡como lateral izquierdo!

“Los dos laterales izquierdos de la plantilla estaban lesionados y yo era el único lateral izquierdo que quedaba disponible”.

A José Luis le costó adaptarse al papel. “Recuerdo un par de veces que regateé dentro de nuestra área… ¡mis compañeros casi me ganan!”.

Después de este encuentro, sin embargo, hay dos cosas muy claras; la primera es que “El Garrafa” es más que digno de jugar en el primer equipo y la segunda es que sólo un loco podría hacerle jugar de lateral izquierdo.

Unos meses más tarde, sin embargo, el destino le pasó su primera gran “factura”: la rotura de los ligamentos cruzados de la rodilla.

Permaneció en boxes casi un año y cuando regresó, aparte de un evidente miedo a los contrastes, una cosa era evidente para todos: El Garrafa había perdido buena parte de su increíble velocidad.

Ya no puede jugar como delantero centro, pero aunque su sprint ya no es lo que era, su técnica sigue siendo la misma, su capacidad para inventar jugadas prodigiosas también.

Retrocede su posición unos metros y se convierte en un “enganche”, el clásico número 10.

Sigue siendo el jugador más fuerte de la serie C argentina.

Su carácter es tan fogoso sobre el terreno de juego como ingenioso, gascón y alegre fuera de él.

En 1997 se trasladó al Porvenir, un equipo que seguía en la serie C pero con mayores ambiciones que su Laferrere.

Con ‘El Garrafa’ en el palco de dirección, el ascenso a la Serie B llegó de inmediato.

José Luis es la auténtica e indiscutible estrella de aquella temporada, con sus goles y sobre todo sus asistencias.

Por aquel entonces, el Porvenir jugó un amistoso contra la selección argentina, que se preparaba para el Mundial de Francia.

El partido ideal para que José Luis Sánchez demuestre su talento.

En un momento dado, el Porvenir llegó a ir ganando por 3-1, cuando los chicos del entrenador Calabria tuvieron claro que debían bajar un poco el ritmo para no exponer a la selección argentina a una mala actuación.

El Garrafa se toma el consejo al pie de la letra.

Recibe el balón y se pone literalmente a “bailar” con el balón entre los pies, regateando repetidamente a “El Cholo” Simeone y a “El Muneco” Gallardo, los dos centrales argentinos de la época (y ahora exitosísimos entrenadores del Atlético de Madrid y River Plate, respectivamente).

En un momento dado, un sorprendido Gallardo pregunta: “¿Pero quién demonios es ese viejo? ¡Nos está volviendo locos!”… ¡ese “viejo” es José Luis Sánchez, de 25 años, pero con una incipiente calvicie que le hace parecer mucho mayor!

El Garrafa se queda una temporada más en el equipo de Gerli, pero a estas alturas sus hazañas están en boca de todos, en Argentina y fuera de ella.

La oferta más tentadora proviene de Uruguay y de un excelente equipo de Primera División como Bella Vista. El impacto de Sánchez es extraordinario; el club se clasifica para la Copa Libertadores, pero José Luis no jugará ni un solo partido; su padre está gravemente enfermo y él quiere estar a su lado.

El club uruguayo no se lo toma bien.

Ningún apoyo, ni moral ni financiero.

El Garrafa permanece alejado de los terrenos de juego durante 7 largos meses y, cuando muere su querido padre, piensa seriamente en dejar el fútbol.

En ese momento llegó la llamada de Óscar Cachín Blanco, entrenador de Banfield en aquel momento en Segunda División.

‘Nadie hubiera dado un peso por Sánchez’, recuerda el entrenador de Banfield, ‘había engordado mucho y los últimos acontecimientos le habían marcado mucho’.

Pero, como suele ocurrir, el fútbol consiguió devolverle la alegría y el amor por el balón.

‘El Taladro’ (ese es su apodo en Banfield) ganó inmediatamente la promoción y una vez más ‘El Garrafa’ fue la verdadera estrella.

Para la gente de Banfield se convierte en un ídolo absoluto.

Su nombre entra por fin entre los grandes del fútbol argentino y algunas de sus jugadas recuerdan a dos de los grandes “10” de todos los tiempos: Ricardo Bochini y Diego Armando Maradona.

“Era un verdadero artista”, recuerda el Sr. Blanco, “y a los artistas hay que dejarles libertad para crear.

En el partido decisivo para el ascenso a Primera División, jugó el partido de su vida.

No hay forma de quitarle el balón de las manos.

Es imposible jugar mejor que eso en un partido de fútbol”, recuerdan aún los hinchas de Banfield presentes aquel día.

Incluso en ese partido (existe el documento de vídeo) mantuvo el balón entre los pies durante 18 segundos consecutivos antes de ofrecer la asistencia del segundo y decisivo gol.

Por fin, en 2001, a los 28 años, debutó en la Primera División argentina.

… y su estilo de juego no cambiaría ni un ápice.

Ni siquiera en 2003, con la llegada del nuevo seleccionador Julio César Falcioni, que le exigió más aplicación y rigor táctico.

Obviamente, la relación entre ambos distaba mucho de ser idílica y “El Garrafa” a menudo tenía que sentarse en el banquillo, salvo cuando entraba en el campo en la segunda parte y a menudo cambiaba la cara del partido.

En su último año en Banfield, sin embargo, Sánchez estuvo cada vez más al margen del equipo titular. En los días previos al “Clásico del Sur” ante el acérrimo rival de Lanús, “El Garrafa”, al pasar frente a la oficina de Falcioni, le propinó dos violentos puñetazos a la puerta, al grito de “¿cuándo me vas a dejar jugar, hijo de puta?”.

Sólo que se abre la puerta, sale Falcioni y con ademán seráfico responde “Nunca más gordo… nunca más”.

El domingo siguiente, sin embargo, con Lanús ganando por un gol a cero a veinte minutos del final, Falcioni faltó a su palabra… ¡alternó a Sánchez y Banfield ganó 2-1!

Por último, quizá la anécdota más significativa para definir El Garrafa.

Poco antes de su traspaso a Uruguay llegó la llamada nada menos que de Boca Juniors. El entrenador era Carlos Bilardo, campeón del mundo con Argentina en 1986 y conocido por su severidad y sentido de la disciplina.

Mucha gente le habla maravillas de este chico y Bilardo decide examinarlo más de cerca y lo convoca para una reunión y una sesión de entrenamiento con el primer equipo.

Bilardo está en su coche de camino a la sesión de entrenamiento en la que está previsto que se reúna con Sánchez.

Mientras circula por la circunvalación se ve adelantado a doble velocidad por una moto.

Llega a tiempo para ver que el motorista no lleva casco, es calvo y viste una llamativa chaqueta amarilla.

Maldice a ese loco de atar y reanuda la marcha hacia la sede de Boca.

Cuando llega al campo le recibe un directivo y a su lado José Luis Sánchez.

Que lleva una chaqueta amarilla.

“Chico, ¿por casualidad has venido en moto?”, pregunta Bilardo.

“Sí”, le responde “El Garrafa”, “¿por qué lo preguntas?”.

“Simple. Porque ahora te vuelves a subir a esa moto y te vas por donde has venido’ sentencia Bilardo.

La “carrera” de José Luis Sánchez en Boca Juniors duró casi un minuto.

Este era ‘El Garrafa’ Sánchez.

Tómalo o déjalo.

Tratto da http://www.urbone.eu/obchod/storie-maledette